Entrevista a Diego Sabanés, profesor de la Factoría que estrena esta semana «El chico del tren».

¿Qué herramientas de trabajo utilizas a la hora de escribir tus guiones?
Para escribir uso mi ordenador, con un procesador de texto básico y una plantilla de guion. Generalmente trabajo con dos documentos abiertos: en uno voy escribiendo lo que llamo «el texto principal» (las escenas, si estoy escribiendo el guión, o el tratamiento, si estoy en esa etapa) y en el otro voy anotando las ideas que se me ocurren en el momento y que serían para otra parte de la historia. A veces mientras escribimos surgen asociaciones libres que si empezamos a desarrollar, nos hacen perder el hilo. Al tener los dos documentos abiertos hago una nota breve y vuelvo. 

Pero en general antes de llegar al ordenador tengo una herramienta previa: un cuaderno de hojas lisas, para dibujo, con tapas duras, que compro en tiendas de artes plástica. En ellos apunto ideas, situaciones que veo y me llaman la atención, diálogos sueltos… A veces escribo escenas enteras, a veces pego un recorte, o una foto. Creo mucho en las imágenes como generadoras de historias. Por eso voy a ver exposiciones todo el tiempo, una por fin de semana más o menos. Me resultan muy inspiradoras. Y de los catálogos a veces recorto frases o fotografías y las pego en el cuaderno de notas.  

Otra herramienta que me ayuda en la escritura es la música. Siempre elijo un estilo musical o algún autor en concreto que me ayude a entrar en el clima de lo que estoy escribiendo. Es una costumbre que me viene de cuando estaba en la universidad. El primer borrador del corto que hice como trabajo de graduación [«¡Ratas!», que co-escribí y co-dirigí con Dieguillo Fernández] lo escribimos teniendo como fondo el tema de «Twin Peaks» de Angelo Baladamenti.

Con mi primer largo usé, sobre todo para el final, una balada de las Andrew Sister [«I´ll be with you in apple blossom time»] pero luego fui cambiando durante las reescrituras. Cuando estábamos ya en los ensayos le regalé a cada actor una selección de canciones que para mí eran «la música del personaje». Por ejemplo, el personaje de Pablo, que hacía Walter Quiróz, era puro Cole Porter. A veces no logro encontrar música para cada personaje y eso me fastidia un poco… Me pasó con el personaje de Laura en «Los invitados siempre vuelven». 

En cualquier caso para mí todos esos recursos son herramientas, porque me ayudan a visualizar la película; son como llaves para entrar en el mundo imaginario, en el ritmo del relato, en la textura de los decorados, cuando en realidad sólo estamos mi ordenador y yo.

¿Dónde sueles escribir? ¿Dónde te encuentras más cómodo?
En mi casa, a solas. Me cuesta mucho escribir en lugares públicos o cuando hay gente alrededor. A veces me toca trabajar en productoras y entonces me pongo cascos con música instrumental y trato de aislarme. 

¿En qué horario eres más productivo?
Por la mañana o por la noche tarde; los momentos en que hay más silencio en mi casa y menos interrupciones. Hay un horario que me resulta imposible: entre las 17 y las 21 hs. Es la hora de las confabulaciones: todo el mundo se pone de acuerdo para enviar mails urgentes, llamar por teléfono, salir a la calle a encontrarse con otra gente, hacer las compras… Demasiada agitación como para concentrarme. 

«El chico del tren» tiene una estructura narrativa bastante curiosa: va y viene en el tiempo. ¿Por qué la elegiste?
Quería contar una historia que estuviese centrada en el punto de vista de la protagonista. Me interesaba desarmar la cronología pero no como un juego narrativo (que es lo que había hecho en «Los invitados siempre vuelven», donde cada escena que se presentaba transcurría una hora antes que la que acababa de verse). Aquí las idas y venidas en el tiempo tenían que ver con ese movimiento en zig-zag que hace nuestra memoria, cuando conectamos un recuerdo con otro. En general creo que estamos acostumbrados a que el orden cronológico funcione como una lógica de causa-efecto y eso nos resulta tranquilizador. Digamos que es un procedimiento narrativo que pone cada cosa en su lugar. En cambio hay otro tipo de modelos, a simple vista más desarticulados, que a mí me resultan más estimulantes. Porque intentan encontrar otras conexiones; nos recuerdan que no hay una única manera de entender por qué ocurre lo que ocurre. En ese sentido me parece que capturan mejor cierto caos que está presente en nuestra cotidianidad aunque intentemos encontrarle una lógica única a las cosas. Para mí el trabajo del guionista es también encontrar conexiones nuevas. 

¿En qué te inspiraste?
El argumento lo fui armando a partir de una anécdota que me contó hace muchos años un compañero de universidad, Pablo Pintor. Digamos que era una aventura que había vivido. A partir de esa pequeña situación escribí una escena, ya alejada del relato original, para las prácticas de dirección de actores cuando daba clases en La Ciudad de la Luz, en Alicante. Curiosamente en esas clases conocí a Aina Gallardo y Dani Tornero, que ahora han sido la coordinadora de producción y el ayudante de dirección del corto…  Esa escena era la larga conversación en el dormitorio de Sara; la discusión por la camiseta. Pero luego me parecía que contar solo eso era un poco escaso. Entonces me planteé un juego: ¿si ese encuentro fue el primero, cómo sería el segundo? ¿Y si en lugar de ir él a la casa de ella, fuese ella a la de él? Y a partir de ahí comencé a jugar con hipótesis, a ver a dónde me llevaban. Algunas las fui descartando luego (había una en un karaoke que la usamos en los ensayos para una improvisación, y era genial, pero no cabía en el corto).  

El primer borrador del guión era un poco caótico. Saltaba hacia adelante y hacia atrás un poco compulsivamente; a veces eran escenas enteras, a veces frases o gestos. Recuerdo que la primera vez que lo leyó Oriol, el director de fotografía, mientras comíamos en un resturante chino de Opera, me dijo: «¡deja en paz a los pobres especadores!» En cambio María Meira, una amiga guionista, me alentó desde el primer borrador. Creo que es la persona que más fe tenía en el proyecto. Si este guión llegó a convertirse en película fue en gran medida gracias a María y su insistencia en que no abandonara esos juegos y esos personajes. En el cine una de las cosas más importantes es encontrar gente que crea en los proyectos. Quizás parezca algo secundario pero no lo es en absoluto; es la piedra angular sobre la que se sostendrá el rodaje. Cuando la gente no cree en el proyecto, cuando no hay espíritu de cuerpo, se nota inmediatamente. 

¿Por qué contar esta historia?
Ah, la gran pregunta… Tardé mucho en encontrar una respuesta. Y creo que eso fue lo muy curioso que pasó durante el proceso de revisión del guión. Porque yo había partido de un argumento y una estructura narrativa pero… ¿de qué hablaba la historia? Estaba muy perdido. Me sentía desconectado del material y eso es complicado cuando uno tiene por delante toda la maratón que significa ensayar, rodar, postproducir… Es importante encontrar un tema, indentificarlo. Aunque también es cierto que a veces el tema que uno tiene en mente durante la escritura del guión luego pasa a ser otro cuando el guión está terminado, y otro durante el rodaje, y otro durante la postproducción. Las películas tienen capas, como la cebolla, y a medida que el proceso creativo avanza una va encontrando otras resonancias en los mismos materiales. Pero a veces las más difíciles son las primeras. Por eso no creo mucho en esa premisa que afirma que uno debe tener muy claro el tema antes de escribir. Sí, claro, sería muy bueno que ocurra… en un mundo ideal. Pero en nuestro modesto mundo de todos los días, los procesos creativos no siempre avanzan en línea recta. Y además si uno tiene una actitud honesta con el material, es muy estimulante ir encontrando nuevas lecturas, que nos hacen repensas lo que hasta ayer era una certeza.

En el caso de «El chico del tren», cuando ya me sentía completamente perdido pasó algo un poco mágico. Me encontré con Chiqui González, la ex Ministra de Cultura de Santa Fe, Argentina, que fue mi maestra y la profesora con la que trabajé luego como ayudante, en la Universidad de Buenos Aires. Pasé a buscarla por un hotel mientras esperaba la salida de su vuelo y nos fuimos a mirar libros en la librería del Reina Sofía. Nos sentamos en la cafetería y entonces me preguntó en qué andaba. (Ahora que lo pienso este guión está muy conversando en cafeterías…) Le conté el proyecto y mi confusión sobre el material. Ella no leyó el guión; sólo le conté la historia y ella comenzó a indagar sobre cuáles eran las imágenes que más claras tenía. Se las conté. Eran tres o cuatro momentos muy puntuales; ni siquiera eran los puntos de giro de la historia pero eran las escenas que yo veía muy claras. Esa charla, con todas las asociaciones de Chiqui, que fue como una medium sobre los personajes, me hizo ver la historia con otros ojos. Empecé a comprender lo que había por debajo del argumento. Y entonces pude conectar con el tema, más allá de la superficie del relato, digamos, y comprender qué quería contar con esta historia; dónde estaba yo.

Para mí, hoy, esta historia habla de una paradoja que marca nuestro tiempo, al menos el tiempo pre-pandemia. Creo que las nuevas tecnologías han facilitado mucho la puesta en contacto entre las personas pero a la vez están dificultando la intimidad. Una relación entre dos personas, más allá de la edad o el género, se contruye en varios territorios a la vez y uno de ellos es la intimidad. No me refiero a la intimidad sexual, que es sólo una parte. Vivimos cada vez más expuestos, mostrando imágenes constantes de lo que hacemos; lo personal se volvió social, lo privado se hizo público. ¿Pero dónde queda la intimidad? ¿Nos animamos hoy más que ayer a compartirla? ¿Tenemos todavía esa capacidad o la hemos perdido, pendientes como estamos de la imagen pública? Esa fue una de las puntas del ovillo que me ayudaron a reconectar con el guión y querer filmarlo. La historia ya la tenía pero en ese momento encontré sobre qué quería reflexionar a partir de esa historia. Y esa fue la clave para dirigir la película.

«El chico del tren» está protagonizado por Vicenta Ndongo y Víctor Lacho, con Landher Iturbe y Amanda Ríos. 

Se proyectará dentro de la XXII Semana del Cortometraje de Madrid, con entrada libre:

            -el viernes 16 de Octubre a las 19:30 hs en el  Círculo de Bellas Artes. 

            -el lunes 19 de Octubre a las 21 hs en el Cine Paz.

Antes de su estreno ha sido selecionado en los festivales de Medina del Campo, Almagro, Ponferrada, Fascurt (El Masnou), Guadalajara y Arnedo (Octubre Corto) y Astorga, entre otros. 

Entrevista:  Andrés Almerge
Fotos: Fani Konstantinou

 

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