El mes pasado moría en Buenos Aires, a los 98 años, Manuel Antin. El guionista y director argentino, famoso en las últimas décadas por la fundación de la Universidad del cine, había iniciado su carrera en 1961, en el marco de un movimiento que la crítica bautizó “Generación del 60”. Se trataba de un grupo de directores jóvenes que desarrollaron un cine más experimental, tanto en temas como en recursos narrativos, emparentados en cierto modo con la nouvelle vague francesa.

Antin tuvo el reconocimiento de algunos festivales europeos antes que el éxito comercial, que alcanzó en 1969. Casi toda su filmografía se basó en obras literarias, ya que, según él mismo declaraba en muchas entrevistas, se sentía más escritor que cineasta. El impulso para iniciarse en el cine lo encontró en los cuentos de otro argentino famoso, Julio Cortázar. Antin rodó tres películas sobre relatos suyos. La segunda de ellas, Circe, con un guion escrito entre ambos, en el festival de Sestri Levante. Tanto sobre este guion como sobre la película siguiente, los autores mantuvieron una abundante correspondencia, intercambiando impresiones sobre el argumento, los personajes y los recursos para darles forma.

Luego la carrera de Antin continuó con adaptaciones de otros escritores como Augusto Roa Bastos, Ricardo Güiraldes o Beatriz Guido. Por el camino quedaron proyectos con otros autores, que no logró concretar (aunque en algunos casos se conservan sus guiones): Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo, Leopoldo Marechal, Jorge Amado, Gabriel García Márquez… Además, para su segunda película, Antin adaptó su propia novela, Los venerables todos. Un film que no pudo estrenarse en su momento, a pesar de haber participado en el festival de Cannes, y que se creyó perdido durante décadas. Fue rescatado recientemente gracias a un hallazgo de Fernando Martín Peña, historiador y coleccionista de cine argentino, que encargó además su restauración, supervisada por Ricardo Aronovich (mítico director de fotografía de gran parte de aquel cine de los años 60, radicado luego en Francia).

Diego Sabanés, profesor de La Factoría, ha realizado junto a la periodista y editora Mariángeles Fernández, una amplia investigación sobre la relación creativa entre Antin y los escritores que adaptó, que será publicada el año próximo. Compartimos aquí algunos fragmentos de la correspondencia entre Antin y Cortázar y el programa de radio donde el domingo pasado Sabanés participaba de un homenaje a Antin, revelando los aspectos menos conocidos de su producción artística: sus experiencias en teatro y la publicación de algunos libros de poesía, antes de llegar al cine.

 

Dos creadores reflexionan sobre la relación con el espectador

Cortázar le escribe a Antin sobre su segunda película, Los venerables todos:

Creo que al espectador no hay que halagarlo, pero hay que darle las claves suficientes para que entre en la cosa. Por eso verás que las páginas de diálogo que te mandaré […] son frases de iniciación de la acción y también de iniciación para el público. Yo creo que [Los venerables todos] no podía tener otra acogida que la que tuvo, puesto que su evidente hermetismo le cerró la comprensión de los críticos. […] Yo pensé con amargura que tu película, magníficamente realizada como está, si hubiera tendido unas pocas claves al espectador, hubiera condescendido, no a bajar hasta él sino a hacerlo subir hasta ella, entonces Cannes hubiera sido distinto, y Sestri, y probablemente Buenos Aires. Y pensando mucho en eso trabajé en los diálogos de Circe.

Si [Los venerables todos] hubiera contenido un total de unas quince frases “situacionales”, si me permitís la palabra, frases-gancho, frases cadena que hubieran colocado al público, que lo hubiesen centrado cada vez que se despistaba, […] eso podría haber sido un puente para que el público pudiera entrar. [1]

Yo creo que en eso está el casi milagro de un Beckett en el teatro y de un Alain Resnais en el cine. Desde luego, ellos y vos les llevan años de evolución estética al público, pero esa distancia, que en otros creadores se convierte en una valla insalvable y los condena a no ser comprendidos hasta mucho después de muertos, queda sin embargo anulada por ese misterioso ingrediente que conecta y comunica una experiencia estética. […] Circe, sin renuncia alguna, obligará al público, por lo menos a gran parte del público, a tirarse de cabeza, a quemar las etapas, a entrar en el mundo Antin como un buen día entró en el mundo Orson Welles o en el mundo Mizoguchi. No sé si me hago entender, pero creo que en el cine, una buena parte del genio de un realizador debe concentrarse en la tarea paradójica de hacer un cine nuevo que a la vez no anule la comunicación con el espectador. Todo está, claro, en la idea que uno se haga de ese ser casi irreal que llamamos «espectador». [2]

Por su parte Antin, reflexionaba también sobre el modo en que el púbico había recibido su film Los venerables todos:

Son muchos los símbolos que hay en la película y eso ha sido un obstáculo para su salida al público. Yo eso lo he sentido. Porque nunca hubo un distribuidor que entendiera la película como para decir «pongo mis pantallas a disposición para su estreno. [3] Quizá su lenguaje –no quiero parecer orgulloso ni soberbio– estaba un poquito adelantado a su tiempo. Aquella era una época de cambios en la sintaxis cinematográfica y «coincidentemente» y no «a raíz de», había aparecido en Europa la nouvelle vague, (87) que había modificado mucho la manera de contar una película, la estructura de los guiones y en general, de los relatos. Aquí [Argentina], paralelamente, se estaba haciendo lo mismo. (88) Pero no porque hubiera dependencia cultural entre una y otra cinematografía. En todo el mundo la Generación del 60 fue una generación distinta. [4]

El periodismo encontró en el defecto de la Generación del 60 el justificativo de su rótulo. Ese defecto fue hacer un cine a espaldas del público, lo que no quiere decir desprecio al público, sino un excesivo amor por sí mismo. Todos creíamos que estábamos haciendo nuestra obra y este fue un grave error, porque el cine no puede perder nunca su contenido industrial. Yo lo veo ahora… [5]

En la época en que empezaba a filmar, yo hacía declaraciones cósmicas, por ejemplo: el público no existe… Yo quiero dialogar con las personas, no con el público. El público es una cosa general que tiene una edad mental muy pequeña. Prefiero a ese señor que se queda, que resiste mi película y se queda a dialogar con la pantalla, antes que ese público que se va si la película no es entretenida. Sin embargo, yo aplaudo cuando alguien se va porque no se entretiene en el cine. También hoy aplaudo al que hace un cine para entretener porque las sociedades necesitan entretenerse. Pero hay distintas formas de comunicación. Una de las formas de comunicación que tenemos es con la generalidad de la gente. A través de eso se consigue el entretenimiento. La otra es con la individualidad de las personas. A través de eso se consigue el arte. [6]

Notas:
[1] Carta del 17 de junio de 1963.
[2] Carta del 7 de enero de 1964.
[3] Entrevista en el programa Filmoteca, diciembre de 2017.
[4] Entrevistado por Lidia Canoso para el libro Cartas de cine.
[5] Entrevista en La Prensa, 1981.
[6] Entrevista en Cultura, julio/agosto de 1987.