“¿Dónde pongo lo hallado?”
Por ejemplo, en un guión.
Escribir guiones como respuesta
Escribir guiones da una respuesta posible a esta crucial pregunta que aparecía en una memorable canción. Por supuesto que no es la única posibilidad, pero de algún modo, escribir guiones nos permite recuperar, evocar y cambiar los finales, imaginar otras tramas, etc. de aquellas vivencias que queremos que no se disipen rápidamente. Por haber sido muy buenas o muy malas.
A veces quedan incorporadas en nuestro inconsciente y aparecen “por sí solas” al
sentarnos a escribir, casi sin darnos cuenta.
Escribir guiones como forma de darle valor a nuestras horas
Pero así como el pintor encuentra placer en pintar, ocupando horas y horas donde puede aislarse del mundo exterior (¡no depende de él ni de nadie mientras está pintando!), y siente ese incomparable placer de crear, más allá de saber si se va a exponer o no, si se va a vender su obra, si seducirá a un galerista, al mercado, etc.; el escritor, el cineasta: el guionista, también disfruta volcando las historias que proyecta en su mente al ordenador o al papel. Y que nos brinda la posibilidad de re‐pensar/se, de crear, de reflexionar y compartir lo que pensamos y sentimos para llegar al otro, entretenerlo, conmoverlo y, si es posible, conmocionarlo: y todo esto aparta el vacío.
Escribir guiones para colocar nuestro dolor en otro lugar
Aleja la angustia, que ya no suele visitarnos mientras creamos, aunque sí a nuestros personajes en conflicto, que es justamente lo que tiene que ocurrir: en el transcurso de nuestras historias ellos van a ser puestos a prueba y para resolver aquello que los aqueja tendrán que enfrentarse a antagonistas externos e internos, sus “demonios”, pero bueno, les pasa a ellos…
Ser guionista como profesión
Escribir guiones, ser guionista es también un oficio, una profesión. Y esto supone estar preparado para los vaivenes de cualquier trabajo artístico. Pero… “quién nos quita lo bailado”, lo que vivenciamos mientras pegamos una palabra a la otra, recreamos frases para contar una imagen, probamos diálogos, ponemos en pié una escena, sugerimos su puesta en escena, y por fin conseguimos una secuencia, y luego un acto, y finalmente contamos una historia.
El guión donde recrear nuestros mundos personales
A veces imaginamos sumar una canción, una música, o nos decantamos por sonidos y silencios. También descubrimos que “usamos” nuestros rincones favoritos, por bellos o sórdidos, para que dos se conozcan o uno acorrale a su enemigo. O imaginamos una ciudad del futuro o del pasado, con sus reglas de juego, sus vestuarios, sus medios de transporte, y establecemos cómo se dan las formas de poder, etc. Este placer que da el hacer, el recrear, concebir mundos, con sus relaciones y comportamientos, donde llevamos a nuestros personajes a tomar decisiones (en donde invariablemente aparecerán nuestros puntos de vista) es impagable, y da la satisfacción equivalente a ese amarillo finalmente encontrado por el pintor en la paleta con la que completa su cuadro.
El de guionista es un oficio a veces bien remunerado, otras muchas no tanto. Es una lucha vigente, pero escribir guiones siempre da una posibilidad, genera una ilusión (legítima, palpable) de concreción en una película, en una serie, un cortometraje, o un documental.
Y se puede escribir en cualquier lado. Se puede. Y todo lo que vemos y oímos pasa a ser materia prima, incluso los lugares anodinos, o los seres que nadie mira.
Escribir guiones aleja el vacío
Ya casi no nos aburrimos, porque tenemos los sentidos alerta todo el tiempo y aprovechamos los tiempos muertos para imaginar, asociar… crear. Todo nos deja algo, todo nos interesa, porque mirar la vida nos forma como guionistas y nos provee material de trabajo.
Contar, incidir, ver lo que creamos luego corporizado por actores…
Comunicar nuestra mirada sobre los vínculos, sobre los temas de la vida…
Hace bien encontrar dónde poner lo hallado.
Aleja el vacío, o lo mantiene a raya.
No es poco.
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